Ella siempre dice que es la chica más torpe.
¿Alguna vez te ha dado por pensar que los errores
pueden ser mucho más bonitos que los aciertos?
Ella siempre dice que es la chica más torpe, que acertar está sobrevalorado, que si todo el mundo acertara este universo sería insoportable, que no hay nada más aburrido que una persona que no se equivoca nunca, y que por esa regla de tres no hay nadie más divertida que ella.
Ella se auto define como torpe, patosa y lenta (siempre me hace reír cuando le escucho esta palabra y entonces ella al verme hacerlo sonríe aún más, abriendo los ojos para darle énfasis a su afirmación mientras asiente, y a mí me cuesta mucho, pero mucho, no abrazarla en ese momento hasta estrujarla) y argumenta que hace tiempo intentaba solucionarlo, pero que se dio cuenta que era imposible, que era su sino, que hay chicas que caminan como si fueran modelos... y que a ella bastante le cuesta el no tropezar cuando va medio dormida por la calle.
Ella no ha aprendido a vivir, ni quiere.
Dice que lo bonito de la vida es equivocarse,
y que en eso ella es toda una catedrática.
Me acostumbré a su mundo, a su arma letal de sacarme la lengua como su argumento más sólido, de mirarme con mala cara si me pongo “demasiado maduro”, a entender que algunas de mis camisetas hace tiempo que dejaron de ser “mis camisetas” para ser oficialmente su pijama. A ella no le gusta que le diga lo guapa que es (y por Dios que lo es) y se niega a admitir que si se ríe de ella misma, finge ser inmadura y siempre está con ironías es simplemente porque no quiere dejar de ser esa niña.
La espero, pero sé que llegará tarde. Siempre lo hace. Se habrá entretenido en algún escaparate, hablándole cariñosamente a algún animal abandonado o levantándole el dedo y sonriendo irónicamente a los hombres que le piten con el claxon del coche.
Es mi mejor momento de la semana, mientras la espero.
Observo el fondo de la calle principal por donde aparecerá en unos minutos, y me gusta ver a toda esa gente inconsciente de que en nada se van a cruzar con ella, que algunos hasta la rozarán, y no sabrán quién es. Pasarán por su lado sin saber que esa chica puede cambiarles la vida, la forma de ver el mundo, la manera de pensar; serán tan afortunados al haber compartido unos segundos de su vida teniéndola cerca que me entran ganas de ir uno por uno a decírselo para que no vivan en la ignorancia el resto de sus vidas sin saber que, por un instante, formaron parte de su mundo.
De su mundo de comedias gamberras (“románticas no, gamberras” apuntilla siempre), de su mundo donde los relojes conspiran contra ella para que llegue tarde y los autobuses siempre se marchan justo cuando va a subirse en ellos, de su mundo al revés.
De su mundo al revés donde yo encontré la dirección del mío.
A ella siempre le sale todo mal, o lo hace todo mal, no sé.
Se equivoca muchísimo más que acierta, y “no hay día en que no la cague al menos una decena de veces” (frase literal de ella).
...Lo cierto es que la veo aparecer por el final de la calle, iluminando no sólo los locales que va dejando a su paso, sino también a las personas, mirando el reloj, con sus prisas y su caos, y lo único que puedo pensar es que jamás he visto a una chica que tropiece más bonito que ella.
Encoge los ojos para ver si soy yo el que espera al fondo (soy yo), y tras confirmar que sí, una sonrisa radiante aparece en su cara. Y yo entiendo que, aunque nunca lo admita, de todas las personas a las que pudo cambiarles la vida, de todos los seres con los que se cruza cada día, ignorantes de lo que ella es, me escogió a mí.
Ella siempre dice que es la chica más torpe.
No ha aprendido a vivir. Ni quiere.
Dice que lo bonito de la vida es equivocarse,
y que en eso ella es toda una catedrática.
Yo la escucho cada vez que lo repite, con una sonrisa,
y no tengo ni la más mínima duda de ello:
…Cómo acerté cuando elegí su equivocación.