Cute Purple Pencil
Conquistas mi espacio sin invadirlo.

jueves, 22 de febrero de 2018

Historia de Eliseo

No había nada que Eliseo deseara con más intensidad que ese muñeco de madera de brazos livianos; parecía tener la habilidad de volar, porque sus brazos rozaban el aire con una elegancia que el niño sentía que en cualquier momento podría encontrarlo flotando en el aire como un barrilete.

Cada tarde pasaba por la juguetería, lo miraba desde la cristalera y observaba su precio.

Nunca había visto tanto dinero junto.

Sabía que jamás podría tenerlo. Sin embargo, apoyaba la nariz contra el cristal , miraba sus ojos y esos brazos y volaba por un ratito.

Una tarde, el dueño de la juguetería se le acercó y le preguntó por qué siempre se quedaba ahí, inmóvil.

El chico sintió tanta vergüenza que se fue corriendo.

Durante unas semanas, aunque sentía profundos deseos de hacerlo, no apareció por esa calle.

Cuando finalmente ya no pudo más con sus deseos de ver al muñeco, fue al escaparate cauteloso, intentando que nadie lo viera.

El muñeco de madera no estaba. Se quedó un rato, observando cada esquina del escaparate, anhelando encontrárselo en una esquina sin poder calmar esa tristeza.

Durante toda la semana fue hasta la juguetería.

La ida desde su casa era amarilla, iluminada por la esperanza de encontrarse con su amiguito; pero la vuelta era de un gris oscuro intenso, ya no volaba su imaginación, solamente sentía tristeza y desánimo.

Pasó el tiempo y lentamente Eliseo fue olvidándose de esa extraña fascinación.

Muchos años más tarde, pasaba por casualidad por la juguetería, a cuyo escaparate ya no iban sus ojos, y al rodear la esquina descubrió que apoyado en el cristal  había un niño que observaba intensamente un muñeco de madera idéntico al que amara en su infancia.

Entró, saludó al juguetero y compró el juguete. Al salir, el niño había desaparecido.

Lo buscó durante días, deseando darle ese juguete, hasta que finalmente desistió.

Una tarde, al volver del trabajo, sus ojos se toparon con los puntos negros del muñeco de madera; lo miraba profundamente y lograba llegar a un sitio de su ser al que ni siquiera él se atrevía a mirar: un sitio donde volar era posible y a donde sólo esas manos de madera podían llevarlo.

jueves, 15 de febrero de 2018

Esperar y mirar

Una vez un pequeño niño fue a la escuela.

Era muy pequeñito y la escuela muy grande.

Pero cuando el pequeño niño descubrió que podía ir a su clase con sólo entrar por la puerta del frente, se sintió feliz.

Una mañana, estando el pequeño niño en la escuela, su maestra dijo: Hoy vamos a hacer un dibujo.

Qué bueno pensó el niño, a él le gustaba mucho dibujar, él podía hacer muchas cosas: leones y tigres, gallinas y vacas, trenes y botes. Sacó su caja de colores y comenzó a dibujar.

Pero la maestra dijo: Esperen, no es hora de empezar, y ella esperó a que todos estuvieran preparados.
Ahora, dijo la maestra, vamos a dibujar flores. Qué bueno, pensó el niño, me gusta mucho dibujar flores, y empezó a dibujar preciosas flores con sus colores.

Pero la maestra dijo: Esperen, yo les enseñaré cómo, y dibujó una flor roja con un tallo verde.

El pequeño miró la flor de la maestra y después miró la suya, a él le gustaba más su flor que la de la maestra, pero no dijo nada y comenzó a dibujar una flor roja con un tallo verde igual a la de su maestra.

Otro día cuando el pequeño niño entraba a su clase, la maestra dijo: Hoy vamos a hacer algo con barro.

¡Qué bueno! pensó el niño, me gusta mucho el barro.

Él podía hacer muchas cosas con el barro: serpientes y elefantes, ratones y muñecos, camiones y carros y comenzó a estirar su bola de barro.

Pero la maestra dijo: Esperen, no es hora de comenzar y luego esperó a que todos estuvieran preparados.

Ahora, dijo la maestra, vamos a moldear un plato.

¡Qué bueno! pensó el niño. A mí me gusta mucho hacer platos y comenzó a construir platos de distintas formas y tamaños.

Pero la maestra dijo: Esperen, yo les enseñaré cómo y ella les enseñó a todos cómo hacer un profundo plato.

Aquí tienen, dijo la maestra, ahora pueden comenzar.

El pequeño niño miró el plato de la maestra y después miró el suyo.

A él le gustaba más su plato, pero no dijo nada y comenzó a hacer uno igual al de su maestra.

Y muy pronto el pequeño niño aprendió a esperar y mirar, a hacer cosas iguales a las de su maestra y dejó de hacer cosas que surgían de sus propias ideas.

Ocurrió que un día, su familia, se mudó a otra casa y el pequeño comenzó a ir a otra escuela.

En su primer día de clase, la maestra dijo: Hoy vamos a hacer un dibujo.

Qué bueno pensó el pequeño niño y esperó que la maestra le dijera qué hacer.

Pero la maestra no dijo nada, sólo caminaba dentro del salón.

Cuando llegó hasta el pequeño niño ella dijo: ¿No quieres empezar tu dibujo?

Sí, dijo el pequeño ¿qué vamos a hacer? No sé hasta que tú no lo hagas, dijo la maestra.

¿Y cómo lo hago? preguntó.

Como tú quieras contestó.

¿Y de cualquier color?

De cualquier color dijo la maestra.

Si todos hacemos el mismo dibujo y usamos los mismos colores, ¿cómo voy a saber cuál es cuál y quién lo hizo?

Yo no sé, dijo el pequeño niño, y comenzó a dibujar una flor roja con el tallo verde.”

jueves, 8 de febrero de 2018

Ella

Paseaba, como todas las tardes, un rato junto al río, de repente escuché el sonido de un timbre de bicicleta, me aparté, una muchacha sonriente me adelantó.

Llevaba una camiseta blanca y una falda recogida.

La seguí con la mirada mientras se hacía pequeña a mis ojos, hasta que, al girar en la curva del molino, dejé de verla del todo.

Entonces escuché el sonido brutal de unos hierros estamparse contra el suelo.

No lo pensé. Salí corriendo hacia la curva y, al tomarla, mi sorpresa fue que allí no había nadie. Estaba solo.

Miré el sendero que seguía hacia adelante y no vi nada.

Traté de calcular lo largo que era para verificar si, en el escaso tiempo que tardé en llegar allí, a la chica le había podido dar tiempo a recorrerlo.

Era imposible. No me salían las cuentas, pero la realidad era que, hasta donde me alcanzaba la vista, no había nada.

Por un instante comencé a dudar de mis sentidos.

Aquella sensación no era agradable, de manera que, decidí que la muchacha estaba allí, de bruces en el camino, junto a su bicicleta rota.

Apenas podía verla el rostro, ni siquiera cuando se incorporó un poco, lo justo para sentarse en el suelo y abrazar su pierna derecha.

Me pareció escuchar de su boca un silencioso llanto.

Me agaché para ayudarla; puse mi mano sobre su pierna desnuda, casi sin darme cuenta de lo que hacía.

De la rodilla magullada salían unos hilos de sangre que recorrían su piel hasta casi los tobillos.

Algo me sobresaltó entonces; apenas una pequeña tensión en las tripas, un aviso, algo que me decía, simplemente, que parase.

Me separé de ella. Dejé de sentir en la palma de mi mano el calor y la dureza de su gemelo.

Fue sólo un segundo, necesitaba incorporarme, tomar aire, pero entonces, en un torpe pestañeo, la perdí.

Me parecía imposible. Sobre el camino, ya sólo había una hilera de hormigas que se desplazaba hacia un saltamontes muerto, entonces, comenzó a martirizarme la extraña idea de haberla perdido para siempre.

Tuve que sentarme, cerrar los ojos, para poder recuperar su imagen en mi memoria; al principio eran solo fragmentos inconexos; sus manos, sus piernas, y así hasta que recompuse mis recuerdos en una única figura, clara y global de ella.

Pensé que, sólo así, podría dejarla marchar para siempre.

jueves, 1 de febrero de 2018

Esfuerzo y dedicación

Lanzándose desde una cima, un águila arrebató a un corderito.

La vio un cuervo y tratando de imitar al águila, se lanzó sobre un carnero, pero con tan mal conocimiento en el arte que sus garras se enredaron en la lana, y batiendo al máximo sus alas no logró soltarse.

Viendo el pastor lo que sucedía, cogió al cuervo, y cortando las puntas de sus alas, se lo llevó a sus niños.

Le preguntaron sus hijos acerca de que clase de ave era aquella, y les dijo: Para mí, sólo es un cuervo; pero él, se cree águila.

Pon tu esfuerzo y dedicación en lo que realmente estás preparado, no en lo que no te corresponde.